Actualmente estamos asistiendo a un escenario caracterizado por la complejidad e incertidumbre, derivado de la globalización, la irrupción de las nuevas tecnologías de la comunicación y los cambios económicos y sociales, que obliga a replantear la gestión de las organizaciones (cómo rediseñarlas y modernizarlas) y, de una forma consecuente, la actuación de sus dirigentes (qué nuevos roles, funciones y comportamientos deben asumir estos) para dar una respuesta adecuada a los retos planteados, como señalan entre otros, Burke y Cooper (2006) en su libro ?Leading in turbulent times?. Estilos tradicionales, basados en la jerarquía, la autoridad y el ejercicio del poder, no pueden considerarse como la única o mejor forma (aunque su uso sea demasiado frecuente), de gestionar actualmente las organizaciones (Avolio, Walumbwa y Weber, 2009; Conger y Riggio, 2007). Como bien ha señalado Kotter (1990) ?no se pueden dirigir organizaciones en el siglo XXI, con estructuras del XX y con mentalidad directiva del XIX?.
Todas estas consideraciones nos obligan a reflexionar sobre cuál debe ser el papel que deben adoptar los alcaldes y responsables de las administraciones públicas de los ayuntamientos para gestionar, dirigir y, sobre todo, liderar las municipalidades del siglo XXI de una forma eficiente, afrontando con éxito los principales retos planteados.